jueves, diciembre 04, 2008

Basket case

Todo un símbolo de clase. Quien recibe una cesta de Navidad es alguien, "gente che conta", como se dice en italiano. Tu empresa te quiere, te aprecia, cree que mereces disfrutar de la vida, que no es justo que te gastes TU pasta en comprar una lata de kilo de piña en almíbar. Ellos te obsequian con ella. Con frecuencia te dan también un bote de melocotón para que hagas un ingenioso postre, remedo de huevo frito.

Las cestas molan. Aunque ya no son cestas. Antes sí, las cestas prolongaban el prestigio del receptor hasta después de las fiestas, cuando un día, a mediados de enero, la pobre y, aparentemente, ya inutil se bajaba al cubo de la basura. La cesta, esquelética y vacía, era un recordatorio a todo el vecindario de quién era quién.Hoy ya casi no hay cestas. Son cajas de cartón, y esta función postnavideña la desempeñan con mucha menos clase y eficacia.

Ayer vi en el metro al primer tío con cesta/caja de este año. Tiene que ser guay pasearse por el transbordo de la línea 5 con tan enorme signo de distinción: "Hey, mis jefes me quieren ¿y a vosotros los vuestros? Parece que no". En realidad era una enorme caja con un jamón y al tío se le veía feliz, recibiendo con aparente distracción miradas lujuriosas.

A mí, que no como animales muertos, no me despertó envidia pero sí recuerdos. Sólo he tenido una cesta de Navidad en mi vida. Fue en la Navidad de 1991, era estudiante de COU y trabajaba de cajera en la campaña de Navidad de Continente, el gameto de mi adorado Carrefour. Los "temporeros" teníamos una caja más pequeña que los fijos. La nuestra tenía una botella de cava, una de sidra, una tableta de turrón duro, otra de blando y una caja pequeña de surtido. Todo marca Continente, of course.

Pensé que el mundo era maravilloso y el futuro un terreno que conquistar, que "tóer mundo é güeno" y que mi vida de adulta me iba a gustar.Ni por un momento podía yo imaginar que aquella sería mi primera y última cesta (por el momento)


miércoles, diciembre 03, 2008

Scream of anger

Tenía yo rondando la idea de hablar sobre gorros, gorras y gorritos. Pero vuelvo a la oficina, abro elmundo.es y, la verdad, se me quitan las ganas