Eric… Let’s go home
Se me ponen los pelos de punta al recordar las palabras con las que McNulty y su sonrisa cínica pusieron fin anoche al paso de The Wire por mi casa.
Era escéptica con todo ese rollo que la precede de ser la mejor serie de la historia (o una de las mejores). Para empezar porque jamás he sabido qué demonios hace de una creación, ya sea un libro, un disco o un cuadro… algo bueno. Es mucho más fácil identificar lo malo.
Sólo puedo identificar lo que me gusta, lo que me dice algo. Los galardones por decreto no me los trago, si una cosa no me gusta me importa una higa cuantas estrellas tenga en las clasificaciones o el dogma sobre su calidad y me importa una higa la perplejidad que provoque. No me gusta Black Sabbath, no me gustan la mayoría de los discos de The Black Crowes después del Southern Harmony, no me gustan La fiera de mi niña ni Blade Runner, no me gusta La conjura de los necios, no me gusta Mad Men…
Pues bien, The Wire merece todas las alabanzas que se le quieran dar y más. Es tan sucia, tan descarnada y tan cruel como la vida que la mayoría desconocemos. Las tramas son en principio simples pero en los desarrollos complicadas. A veces me he perdido con todos los dobles y triples juegos, las alianzas y los pactos secretos pero no importa porque lo que hace a The Wire enorme son sus personajes, (qué personajes) sus misiones vitales, sus debilidades, sus auto-indulgencias y sus códigos morales. Mi favorito sin duda, Pryzbylewski, un tipo que constantemente busca su lugar y lo encuentra donde la vida le lleva a empujones.
Por encima de todos los personajes destaca uno: Baltimore, la ciudad, que puede ser cualquier ciudad, cualquier región o cualquier país. Despide mierda por todas partes, se mueve impulsada por la ambición y la corrupción, aparta lo que tenga que apartar pisoteándolo sin piedad por conseguir unos números, sean cuentas de resultados, estadísticas de crimen o resultados en un examen.
Los que intentan hacer algo para mejorar las cosas son silenciados y apartados si no se suben al carro. Los políticos ladrones, los periodistas mentirosos, los abogados tramposos… todos sonríen a la cámara mientras reciben el aplauso. Las cosas son como son hoy, el mañana no importa.
Recientemente el fiscal general de Estados Unidos, Eric Holder, pidió al creador de la serie, David Simons, una sexta temporada a lo que Simons respondió que consideraría la opción cuando el Departamento de Justicia estadounidense cambiara su política sobre drogas, que se ensaña con las clases bajas. No es mala respuesta pero yo preferiría que Simons nos diera una píldorita más de porquería “made in Baltimore” y se olvidara de ese ni chicha ni limoná que es para mi Treme.
Apunte sentimental: cada vez que veía el gimnasio de Dennis me acordaba de quien uno de los personajes que le echan un cable para abrirlo, Big Man.
Counting Crows. Raining In Baltimore.